Esteban de la Foz.
Pintor abstracto nacido en Santander el 4 de abril de 1928. Esteban de la Foz es el nombre artístico de Esteban Pérez de la Foz Fernández.
Muestra pronta inclinación por el arte, a pesar de lo cual no recibe formación académica apropiada, por lo que no cabe si no hablar de un verdadero intuitivo, un autodidacta en la más sana y llana expresión del concepto. Los más influyentes pintores de su devoción fueron Velázquez y Goya, pero cuando recibió el shock más fuerte, posiblemente por vecindad, fue al ver por primera vez la obra de su paisano Pancho Cossío. Aunque por aquella época ya creaba cosas, ante la obra de Cossío comprendió mejor -y no fue el único- que precisaba hacer tabla rasa de todo y empezar de nuevo. Realiza su primera exposición en la Galería Sur de Santander en el año 1954.
Obtiene una beca del Ministerio de Educación y fija su residencia en Paris. Tras este viaje -que, según propia declaración, le influye emocionalmente, aunque no plásticamente- comienza a practicar un expresionismo vinculado a un cubismo subyacente como base; lo que en su tiempo constituía una fuerza imantada a cuya llamada era imposible sustraerse por sí misma. Es característico de este período (1954-60) que la temática fluctúe entre un paisaje libremente interpretado (casi siempre urbano, con arraigos en el modo conceptivo francés, a lo Utrillo), el bodegón y el retrato subjetivo. La atmósfera ambiental de las obras aparece tildada por una lírica bruma, emanante de una fuerza convincente. La evolución de De la Foz no es precipitada, puesto que responde a una necesidad íntima que cubre fases y agota posibilidades. Hacia 1960, el proceso creativo se encamina a la simplificación, en busca de la síntesis expresiva, donde cobran importancia primordial los planos lisos, rotos por incisiones y empastes erosionados.
En respuesta a una necesidad filosófica del qué decir, cómo decirlo y por qué decirlo, la temática se solidifica más con la manera expresiva. Sin dejar de ser figurativa en sentido morfológico, con frecuencia se aparta de la representación, queriendo expresar en este binomio situaciones emocionales o críticas del acontecer humano; si bien la forma-hombre no siempre aparece directamente. Bajo la aparente rigurosidad abstracta de De la Foz puede, sin dificultad, percibirse la silueta desdibujada de una forma precisa: sobre todo en el caso de sus imaginarios paisajes, donde una simple incisión en la madera evoca acantilados u oleajes. Parece como si la representación se hubiese fosilizado, serenado y afirmado en el silencio de las formas. Imprime a sus obras un carácter de estaticismo, silencio y profundidad. Sustento óptico ideal para penetrar en la vida íntima misma de la materia. Mucho hace que disminuyó el interés del pintor por la tela, al no responder a las exigencias de su lenguaje expresivo. Como soporte técnico emplea preferentemente la madera trabajada en planos lisos. El soporte es parte integrante del conjunto, no mero sostén de los pigmentos, como ocurre en el común de los pintores. En éste su estado anímico, selecciona, prepara y trata la madera con el primor de algo que no está destinado a ser trasfondo del lenguaje, sino lenguaje mismo que aflora bajo la fina transparencia del color. Trata así de dar al cuadro una entidad unitaria alejada de toda simulación y expresada en planos y masas objetivos que estén presentes por el cuadro mismo. No extrañe, pues, las calidades cromáticas que extrae de la madera y la materia, cualidades ambas que para él tienen gran importancia. Como constante de su quehacer actual, es de resaltar la línea intermedia que divide la superficie en dos partes, no necesariamente iguales, para depositar toda la acción en las formas verticales que, en actitud serena, caen rompiendo equilibrios y estallidos de luces. Claridades lumínicas que nítidamente se transparentan de atrás adelante.
Contrasta la sobriedad de la composición con la quietud del fondo, albergue de una excelente fuerza expresiva que entabla su diálogo con el espectador, sin más código que la elocuencia del color. En los últimos años, el pintor ha seguido evolucionando hacia un concepto aún más simplificado de la abstracción, encaminándose hacia el color puro. Arriesgadísima pirueta -interesante sería compararlo con la obra de su paisano Angel Alonso- en la que el pintor ha perdido todo lo que le caracterizaba (la entonación oscura, la riqueza de la textura y la incorporación de huellas y signos impresos en la materia) para adoptar un modo más personalizado.
Esteban de la Foz debe, por último, calificarse como un retratista excepcional, que, lejos de quedarse en la superficie del retratado (apariencia formal), bucea en su interior para poner, forros afuera, todas sus intimidades emocionales y espirituales. Retratista hacia adentro y hacia afuera, con todas las virtudes inherentes al retratista no habitual, emparentándose así con sus grandes paisanos, el ya mencionado Cossío y con Antonio Quirós.
De él ha dicho el crítico Raúl Chávarri: "En sus concepciones abstractas define siempre una específica vocación muralista que lo lleva a armonizar en despliegue sus trabajos" y Santiago Amón define su pintura como: "Auroral es la pintura de Esteban de la Foz, nacida de un nocturno tableteante y enfrentada a la acuciante promesa de la luz".
Su obra ha sido comentada además por críticos como Castelló-Duclaux, Carlos Arean, Pavel Stèpanek, Willy A. Koch, François Laurent, H. Kurth entre otros.